Una de los objetos que más he lamentado perder en mi vida ha sido una edición del Qujote del siglo XIX.
Con su castellano antiguo, sus tapas de cartón azul durísimo y repujadas con pan de oro, y sus páginas de papel grueso, amarillento y apergaminado, formaba parte de la escasa herencia que me dejó mi abuelo, que estaba compuesta básicamente de viejos libros, hasta que se los presté a un amigo, de cuyo nombre no quiero acordarme.
Mi abuelo pensaba que enseñar a leer y a escribir a las clases más desfavorecidas era esencial en aquél momento para hacer salir de la pobreza a millones de personas en nuestro país, que no sabían leer ni escribir. La incultura, o mejor dicho, la falta de formación fue utilizada durante muchos años por los más pudientes para someter al pueblo. Mi abuelo, por lo tanto, quiso poner su granito de arena en la liberación de estas personas, dedicandose a enseñar sin ser maestro, utilizando para ello el escaso tiempo libre que le dejaba su oficio de barrilero.
Y utilizando su gastada edición del Quijote, que siempre llevaba consigo, incluso en tiempos de guerra, a modo de libro de texto, era feliz al ver aprender a la gente.
En aquellos tiempos, la gente corriente no se gastaba el dinero en libros porque eran considerados artículos de lujo. Todo esto ha cambiado hoy día. Y mientras que antes tener acceso a los libros era un privilegio reservado a unos pocos, a tí te basta con hacer un solo click en el enlace de más abajo para empezar a leer. Esto sí que es un lujo, que sin embargo, no sabemos valorar.
Dedico esta entrada, como no podía ser de otra manera, a mi abuelo y a las personas que, como él, imaginaron un mundo mejor para todos y se pusieron manos a la obra.
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Como extra, aquí tienes un juego sobre Don Quijote. Claro, que no es de disparos...
EL GRAN JUEGO DEL QUIJOTE
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